En el camino de lo divino: Swami Gurubiksha
Swami Gurubiksha, un sanyasi en el Centro de Yoga Isha, narra su camino místico que lo llevó a Isha, momentos personales con Sadhguru en los primeros días del ashram y la iniciación en sanyas.
Encuentros espirituales
Swami Gurubiksha: Él no dejaba de mirarme. Sus ojos grandes, profundos e inusualmente oscuros, se enfocaron en mí durante los últimos diez minutos. «¿Me llevará con él?»; un miedo espantoso surgió dentro de mi tierno corazón y comencé a llorar, buscando la atención de mi abuelo, que estaba sentado a mi lado en el tren. Mientras mi abuelo se inclinaba para consolarme, llegamos a la siguiente estación y este hombre con aspecto de yogui se levantó para irse. Justo antes de salir, me susurró al oído un nombre específico de Muruga. Les llevó algo de tiempo a mi abuelo y a otros pasajeros tranquilizarme. Para mi sorpresa, cuando llegamos a nuestra estación, mi abuelo me llevó a un templo de Muruga del mismo nombre. Yo solo tenía cinco años en ese entonces, pero esa cara… la intensidad de su cara —que se parecía a la de Sadhguru Sri Brahma— todavía está grabada en mi memoria como si hubiera sido ayer. Tal vez fue el comienzo de algún tipo de apertura espiritual dentro de mí.
Mi padre murió cuando yo tenía 3 años y mi abuelo murió cuando yo tenía 20. Muy temprano en mi vida, me vi envuelto en juicios relacionados con propiedades familiares y otros asuntos financieros. Maduré demasiado pronto para mi edad. Fue durante estos años cuando conocí a Yogi Ramsuratkumar. Era un ser verdaderamente evolucionado, y su gracia me hizo superar la mayoría de mis obstáculos mundanos en la vida. Cuando terminé mis estudios, quise dedicarme a mi pasión, el negocio de la construcción; pero Yogi Ram me sugirió que continuara con el negocio familiar de préstamos y finanzas. No sabía en ese entonces que esta pequeña habilidad me resultaría tan útil para gestionar los incipientes negocios de Isha, de los que pasé a formar parte a finales de 1992.
La sangha de los Cinco Primeros
En mi adolescencia me convertí en un gran aficionado del yoga y asistí a las clases de Sadhguru simplemente por mi amor al yoga. Sin embargo, después de Samyama en 1992, sentí que no podía dejar a Sadhguru, que tenía que estar cerca de él. Empecé a colaborar activamente en sus clases por todo Tamil Nadu y me trasladé a la oficina de Singanallur ese mismo año. Yo era el mayor de las cinco primeras personas que se habían instalado como voluntarios de tiempo completo. Vivíamos y discutíamos como una familia. Sadhguru y Vijji a menudo cocinaban para nosotros, mediaban en nuestras peleas y se ocupaban de nuestras necesidades más pequeñas, algo que incluso los padres no logran hacer a veces. Fue la mejor época de mi vida.
Sadhguru no desaprovechaba ninguna oportunidad para tomarme el pelo por una cosa u otra. Una vez, mientras él firmaba unos papeles que yo había preparado, Sadhguru encontró un error. Simplemente corrigió el error él mismo y continuó firmando el siguiente papel. «¿Por qué no le señalas este error como lo haces con todos nosotros?», lo interrogó juguetonamente Vijji delante de mí. «Si tengo que decirle sus errores, ¡tendré que estar todo el día hablando y explicándoselos!», bromeó Sadhguru y continuó firmando los papeles. Disfruté mucho de esta atención, pero seguía sin saber quién era mi gurú, ¿Yogui Ramsuratkumar o Sadhguru? Pronto se volvió claro para mí.
Un milagro y un punto de inflexión
Más tarde, en 1993, planeaba una breve visita a mi ciudad natal. «Conocerás a dos personas que preguntarán por mí». «Diles que estoy bien y que pregunté por ellos», dijo Sadhguru de improviso cuando estaba a punto de irme, y lo repitió antes de que yo saliera de la casa. No sabía qué pensar de esta declaración, pero me ponía alerta cada vez que alguien me hablaba, ya fuera en el tren, en casa, en la calle, en las tiendas o en cualquier lugar. Pasó un día en el que nadie me preguntó por él, pero seguí alerta. Al día siguiente, fui a ver a mi tío y lo primero que me preguntó fue: «¿Qué tal el yoga?». Por la forma en que lo preguntó, podría haberse referido a Sadhguru. ¿Yoga y Jaggi significan lo mismo? Me lo pregunté por un momento, y luego respondí: «¡El yoga está bien!». ¡Por supuesto, no podía decirle: «El yoga también ha preguntado por ti»!
«Falta uno o tal vez faltan dos», era en lo que pensaba durante los dos días restantes que pasé en casa. No pasó nada. De regreso a Coimbatore, pasé por la casa de mi prima hermana en Madurai. «¿Cómo está Jiggi?», preguntó el marido de mi prima. «Jaggi está bien», respondí inmediatamente, «y preguntó por ti», añadí. Se sorprendió al oír que Sadhguru también había preguntado por él. Me reí mucho al verlo tan incómodo. Bueno, uno fue yoga, otro Jiggi, pero ningún Jaggi; seguí pensando hasta llegar a Singanallur.
No pude aguantar más y le conté toda la historia a Vijji. También se sorprendió de lo que realmente sucedió, de por qué Sadhguru había dicho eso. Más tarde en el día, hice voluntarado para la clase de Sadhguru. «No puedes hacer como es debido ni una sola de las cosas que te digo que hagas», me gritó Sadhguru en cuanto tuvimos algo de tiempo juntos. «¿Qué no hice bien?», pensé. Pero, inmediatamente, se echó a reír y dijo: «Vijji me lo contó todo».
Al día de hoy, no sé de qué se trataba todo eso, pero a mi sencilla mente le pareció un milagro que pudiera prever las cosas, y entonces supe que Sadhguru era mi gurú. Este episodio fue un punto de inflexión en mi compromiso con Sadhguru.
La humildad y el compromiso de Sadhguru
En febrero de 1993, Sadhguru había cerrado el trato para el ashram. Visitó muchas casas de meditadores en Tamil Nadu para pedir donaciones para construir el ashram. Una vez tuve el privilegio de ir con Sadhguru a Karur con este propósito. Era insoportable para mí ver a Sadhguru pedir donaciones. Muchos daban bastante y otros daban poco, pero Sadhguru se inclinaba ante cada uno de ellos con igual devoción.
La experiencia residencial de Plenitud
El 12 de julio de 1994, seguíamos el coche de Sadhguru de camino al ashram para el programa Plenitud (90-day Wholeness). Llovía tan fuerte que el arroyo salvaje de Iruttupallam empezó a desbordarse y ninguno de nosotros pudo cruzarlo. Nos quedamos con algunos voluntarios en Alandurai, y el programa Plenitud tuvo que posponerse un día. Fue la primera y única vez en la historia de Isha en la que un programa se aplazó un día.
Para mí, el programa Plenitud no fue sobre experiencias espirituales de otro mundo —como lo fue para muchos otros—. Simplemente me llevó a otro nivel de ser dentro de mí mismo: una manera intensa de vivir. Después de los primeros 30 días, Sadhguru dividió a los participantes de Plenitud en dos grupos. Siete de nosotros estábamos en el grupo «residencial» y otros estaban en el grupo de «enseñanza», que estaban siendo entrenados para ser profesores de Isha Yoga. Sadhguru pasaba la mayor parte de su tiempo con el grupo de «enseñanza», mientras nosotros siete simplemente existíamos haciendo sadhana, jardinería y pequeñas tareas. Después de un tiempo, nos sentimos abandonados y con el corazón roto al ver que Sadhguru no pasaba tiempo con nosotros. «Por favor, pasa también algún tiempo con nosotros, Sadhguru», le supliqué un día, a punto de llorar.
Sadhguru me miró con mucho cariño y fue a vernos al día siguiente. Se sentó en el «Árbol Inclinado» y los siete nos sentamos a su alrededor. «Simplemente hagan lo que sea que estén haciendo con amor. Incluso cuando arranquen la hierba parthenium, háganlo con amor y yo me encargaré de su sadhana y de su iluminación», nos dijo Sadhguru en aquella reunión. ¡Esta fue la primera promesa de iluminación que le extrajimos!
En un momento, durante Plenitud, Sadhguru pidió a los participantes que discutieran las normas que los residentes del ashram deberían seguir en el futuro. Me desconcertó y alarmó la lista de estas normas, que se alargaba rápidamente. Me asustó totalmente. Esa noche seguí a Sadhguru a su habitación. Estaba oscuro y recuerdo que él llevaba una linterna. Nos detuvimos en su puerta. Me miró y le dije impulsivamente: «Jaggi, no quiero ninguna regla». Él dirigió la linterna hacia mi cara. Debió haber visto las lágrimas en mis ojos. Dijo suavemente, muy suavemente: «De acuerdo, nada de reglas para ti». Aunque hoy sigo todas las normas del ashram, la ternura con la que Sadhguru respondió a mi reacción infantil hace que ese momento sea memorable para mí.
Poco después de que terminara Plenitud, todos nos obsesionamos con apoyar a Sadhguru en la consagración del Dhyanalinga. Esos eran días de intensa actividad y de intensa sadhana. Yo me ocupaba de los aspectos legales y financieros, y estaba involucrado en identificar y comprar diversos materiales que se usaban en la construcción de la cúpula y el parikrama. Luego, en Mahashivaratri de 1996, me iniciaron en brahmacharya; la segunda tanda de brahmacharis.
¿Sabía yo realmente lo que es el mahasamadhi?
En enero de 1997, el mahasamadhi de Vijji llegó como un rayo. Yo estaba particularmente decaído. Uno, porque tenía una hermosa relación con ella: era mi confidente. Las cosas que yo no podía hablar con Sadhguru, las compartía con ella. Y dos, que, a pesar de la cantidad de veces que Sadhguru y Vijji me dijeron con mucha antelación que esto ocurriría, nunca había creído que pudiera ocurrir realmente. Me sentí como un completo idiota.
Fue en agosto de 1996 cuando escuché por primera vez a Vijji decirle a Sadhguru que deseaba irse. Estábamos en el tren a Coimbatore desde Delhi después del Dhyana Yatra. «Están bromeando, como siempre», pensé. En otra ocasión, Sadhguru me detuvo fuera del Bloque-T y me dijo que Vijji quería tomar mahasamadhi y que no sabía cómo convencerla de que no diera ese paso. Sin embargo, ni siquiera entonces me lo tomé en serio.
Una semana antes de su mahasamadhi, Sadhguru me pidió que fuera a Mysore para algún trabajo. Vijji me pareció diferente en ese momento. «Te ves diferente, Vijji. ¿Qué sucede?», le pregunté. «Ves, incluso él siente que me veo diferente», se volvió inmediatamente para decirle a Sadhguru. «Eso es porque va a tomar mahasamadhi pronto», me respondió Sadhguru. Aun así, no creí que fuera a suceder realmente. Porque yo sabía lo que era el mahasamadhi y dudaba: «¿Cómo puede Vijji alcanzar el estado más elevado de sadhana espiritual?».
Por eso, cuando me enteré de que se había ido, sentí como si me hubieran tirado una bomba. No tengo palabras para explicar mi pérdida; pero, en algún lugar dentro de mí, también sentí envidia de ella.
Otro salto de intensidad
Aunque la pérdida era indescriptible, no tenía tiempo para pensar en ella. El trabajo de consagración del Dhyanalinga nos mantenía a todos ocupados. Esos fueron los momentos más intensos de mi vida como brahmachari. Cuatro meses después del mahasamadhi de Vijji, Sadhguru me pidió que hiciera los arreglos para que unos 400 meditadores fueran a un templo en Cuddapah, Andhra Pradesh. Antes de irnos a Cuddapah, una meditadora donó su oro para que se hiciera un kavacha de oro para el linga de ese templo. Del orfebre, el kavacha fue llevado al ashram en una pequeña procesión, y luego fue llevado a Cuddapah para adornar el linga. Fue aquí, en Cuddapah, donde Sadhguru habló por primera vez de su gurú.
Esa noche nos llevó a todos los brahmacharis a través de un poderoso proceso, en el mismo mandapam donde él se había sentado en su vida anterior para hacer el plano del Dhyanalinga. El proceso fue inmensamente poderoso; mi brazo comenzó a moverse arriba y abajo de manera extraña, y me encontré haciendo sonidos fuertes toda la noche, similares al baritar de un elefante. Continué cayendo en este estado durante los siguientes meses durante cualquier situación poderosa. Y así, mi intensidad dio un salto más después de aquella visita al templo de Cuddapah.
«¿Qué te dice el Dhyanalinga?»
El Dhyanalinga fue consagrado el 24 de junio de 1999 en todo su esplendor.
En algún momento del año 2000, hice mi primer Linga Arpanam. Un día, cuando estaba recogiendo flores en el Bloque-T, me encontré con Sadhguru. «Entonces, ¿qué te dice el Dhyanalinga?», preguntó Sadhguru. Una vez más, me sentí confundido y, sin saber qué decir, solté: «¡Nada!». Más tarde me di cuenta del valor de lo que me había dicho. Antes de esto, definitivamente yo servía en el templo con devoción, pero era un templo para mí —un templo que Sadhguru había consagrado—. Pero después de que Sadhguru me preguntara esto, me di cuenta de que el Dhyanalinga es Sadhguru; Sadhguru es el Dhyanalinga. ¡Los dos empezaron a parecerme iguales!
Durante mi etapa inicial, mi compromiso era solo con Sadhguru. La razón por la que estaba aquí y por la que tomé brahmacharya era que no podía verme viviendo sin Sadhguru. Pero, después de mi Linga Arpanam, el Dhyanalinga se convirtió en una presencia igual de grande. Incluso al día de hoy, cuando estoy agotado de tratar con personas de fuera, especialmente por cuestiones financieras, vengo y me siento en el Dhyanalinga por un par de horas y me asiento completamente en mi interior.
Un viaje hacia la madurez espiritual
Mi vida como sadhaka maduró enormemente cuando me inicié en sanyas. En 2003, durante un encuentro con los brahmacharis, Sadhguru nos inició a diez de nosotros en sanyas y cambió nuestros nombres por los que tenemos ahora. En ese momento no entendí realmente lo que significaba, pero, pronto, vi que algo había cambiado fundamentalmente dentro de mí. Muchas de mis compulsiones simplemente cayeron y me establecí totalmente en mi camino. Desde entonces, siento en mi interior que estoy liberado, pero también sé que no lo estoy.
Antes de terminar, quiero compartir que las personas del ashram me parecen realmente maravillosas. Cuando me encuentro con personas afuera, las veo enredadas de tantas maneras triviales —con dinero, relaciones, estatus, casas, coches, etcétera—, pero aquí no es así. Puede que todavía luchemos dentro de nuestras limitaciones en las que la naturaleza nos ha envuelto; pero, consciente o inconscientemente, hemos desatado un montón de ataduras innecesarias. Esta es una bendición para mí, el vivir con personas así, con el Dhyanalinga y, por supuesto, con mi gurú.
Nota del editor
Sigue pendiente de este espacio, en el que compartimos las historias de algunos de los brahmacharis de Isha, en la serie «En el camino de lo divino».